El Antievangelio de la Verdad
“Conoceréis la verdad y ésta
os hará libres” dice el evangelio, pero quienes han sido educados en
iglesias donde se conoce “la Verdad”, saben perfectamente que la
verdad absoluta es un peligro que acaba con la libertad individual. Y esto es
así porque donde hay "Verdad", hay siempre un grupo de personas expertas
que dicen al resto lo que tienen que hacer y como deben comportarse. “La
Verdad” es un artefacto de control que utilizan quienes no tienen
capacidades, quienes no son capaces de discernir, de valorar, de acercarse a la
realidad; quienes han renunciado a la vida por que les da miedo, porque son conscientes
de sus limitaciones y de su cobardía.
Es absolutamente estúpido hablar
hoy de “Verdad”, creer que se posee por revelación divina y predicarla a
quienes no la tienen. Hay
que estar muy ciego, o ser muy ignorante para hablar con otra persona con la
intención de traerla a “la Verdad”. Los cristianos no tenemos “la
Verdad” y nunca la hemos tenido, por la sencilla razón de que no existe.
Sólo ha sido un engaño del poder para controlar y perpetuarse. Quien defienda
hoy “la Verdad” cristiana no está hablando de cristianismo, sino
de poder, de las estructuras de control religioso con las que se está de
acuerdo. El cristianismo no nació como una filosofía sobre el conocimiento de “la
Verdad”, sino en el seguimiento de Jesús de Nazaret.
Justificar el conocimiento de “la
Verdad” apoyándose en la Biblia, sólo lo pueden hacer quienes prefieren
olvidar que no hace mucho tiempo se condenaba a personas que, como Galileo,
ayudaron a ver que la Biblia no es un libro donde encontrar “la Verdad” sobre
el funcionamiento del universo. Y si hoy sabemos que Galileo tenía razón y que
la Biblia no es un libro de “Verdades” astronómicas, es difícil sostener
que sí lo es de “Verdades” morales, antropológicas o sexuales. Cuando
los cristianos nos acercamos al texto bíblico para buscar una guía, una verdad
que nos ayude, lo hacemos siempre desde una posición definida y limitada. No
hay acceso posible a una supuesta “Verdad” escondida en el texto bíblico
que sirva para siempre y sea inamovible. Tampoco una que esté libre de todo
aquello que nos condiciona.
Cristianos y no cristianos en el
siglo XXI vivimos con verdades limitadas y condicionadas, y no tenemos acceso a
nada más. Cada día nuestras verdades son puestas a prueba y no siempre
sobreviven... Todos hemos dejado atrás verdades que pensábamos eran absolutas,
y seguimos hacia delante con otras nuevas que nos permiten explicar mejor
nuestra existencia. Podemos, y debemos, defender las verdades que pensamos
pueden mejorar nuestra vida y la de los demás, frente a otras verdades que
consideramos que la
limitan. Pero no deberíamos hacerlo otorgándonos la posesión
de “la Verdad”, nuestro mundo se mueve, nuestras vidas son
mejores, somos más libres, cuando tenemos la posibilidad de alcanzar una verdad
que no es para siempre.
Es cierto que existen sistemas
cerrados donde hay “Verdad”, donde hay buenos y malos, santos y
pecadores. Sistemas donde todo tiene un lugar, un orden, un momento, unas
obligaciones... Una “Verdad” en mayúsculas restringida únicamente a ese
sistema cerrado con siete llaves. Muchas iglesias se han convertido en eso, en
sistemas cerrados y opresivos donde existe una “Verdad” que hay que
mantener frente a los ataques del exterior. Evidentemente todo el mundo tiene
derecho a construir su palacio de cristal, o más bien su iglesia de hormigón,
pero nada de todo esto tiene que ver con el evangelio, con la propuesta de
Jesús.
El evangelio siempre ha sido más
valiente, y sobre todo más abierto y más humano. La verdad se descubre andando,
siguiendo al maestro libremente. Porque la verdad no es una forma de ver el
mundo, unas leyes, una filosofía, una teología o una lectura determinada de la
Biblia; la verdad cristiana es el mensaje de Jesús de Nazaret que puede
expresarse, concretarse, vivirse de infinitas formas posibles. Un mensaje que
se resume en amar al prójimo como a uno mismo, pero que tiene infinitas maneras
posibles de ponerse en práctica. Y quizás esta verdad no convenza a todo el
mundo, y millones de personas piensen que es irrealizable, naif, estúpida... Y
tendremos que explicarles porqué esa verdad todavía tiene sentido para
construir un mundo mejor para todos, y deberemos reconocer también que es una
verdad demasiado elevada para nosotros a veces, y que no siempre acertamos a
ponerla en práctica. Y escucharemos sus objeciones y tendremos que tenerlas en
cuenta para no acabar defendiendo una verdad que no es tal.
No hay libertad donde hay “Verdad”,
ni tampoco cristianismo. Quienes dicen defenderla viven engañados y sometidos, y
su antievangelio no busca la liberación de los seres humanos, sino que vivan
oprimidos bajo una determinada comprensión del mundo. Por eso ser cristiano hoy
es, como hizo Jesús, renunciar a “la Verdad” que defienden los
poderosos, e ir en libertad hacia las verdades limitadas que nos muestran
nuestros prójimos o que descubrimos en nosotros mismos. El cristianismo es la
religión del amor, no de “la Verdad”. No es el opio del pueblo, ni una
anestesia para quienes no quieren enfrentarse a la angustia de una existencia
que no logran entender. El cristianismo es una religión contranatura que pone
al último el primero, que pide amar incluso a nuestro enemigo y que vive con la
esperanza y el deseo de poder construir un mundo donde todos los seres humanos
sean hermanos y hermanas. Y para eso, o contra eso, no hay “Verdad” que
valga... Sólo el amor puede hacerlo. Esa es la verdad cristiana, una verdad
siempre en minúsculas que convive con muchas otras verdades también en
minúsculas. Pero en esa convivencia la fe cristiana se perfecciona, se hace
mejor y más humana.
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